Hoy según dice el calendario, es día 22 de enero, de un enero triste como desde hace años, demasiados diría. Pero sin aún saber el porqué, duele más que como acostumbraba. Las ojeras más marcadas, recuerdos más difusos y días más cortos. Cuando quise mirar en mi interior, sólo encontré pequeños relatos, escenas muy concretas, diálogos que me sé y sabía de memoria. Una tal Calle Perú, una camarilla, pájaros cantando, un gato negro merodeando por los escenarios, alguna que otra gallina que picotea mi mano si les pongo de comer, un patio con margaritas y alguna que otra planta mas, unas largas y empinadas escaleras, una puerta enormemente alta que da paso a la vivienda, una cocina donde siempre está la abuela ya sea cocinando, planchando o vete tu a saber que, un comedor con una gran mesa donde reunir Fernández tanto López como Jódar o Sanfrancisco, dos sillones al final que vigilan el resto del hogar, concretamente, en el de la izquierda se encuentra ese hombre tan sonriente, cariñoso e inolvidable, abuelo Manolo, esperando mi entrada para hacerla triunfal, como si jamás se hartase de vivir la escena. "Anda, quien es esa niña, esa morilla tan guapa. ¿Os la habéis encontrado por ahí?"- "No, abuelo, soy yo, Mar!" "Anda, mira, si es verdad, no te había reconocido" Y yo y mi sonrisa interminable se unía a la suya y me abrazaba a el mientras me daba un beso. Jamás olvidaré su olor, ni sus ojos, ni aquella sonrisa. Sé que cuando me siento mal y me recorre un escalofrío y mi piel se eriza, eres tú. Claro que eres tu, me das un abrazo, uno como aquellos, yo simulo la conversación y sonrío, porque sé que tu también me estás sonriendo. Y perdóname si mi memoria de pez me impide recordar algunos momentos. Tampoco me olvido de la tia, la tia Ángeles con su sonrisa y sus anécdotas.