Te paras a pensar, y.. maldices a todo aquel que dice que el tiempo pasa lento. Trescientos sesenta y cinco días después. Me encuentro sentada frente al ordenador con los ojos cansados de tanto sufrir y una taza de café, escribo como la vida pasa delante de mis narices sin poder hacer nada al respecto, excepto intentar disfrutar del viaje. Y hablando de viajes.. Aquella madrugada del diez y ocho de mayo de dos mil once, pude presenciar en primera persona los nervios sumados a la desesperación de un bus que no llegaba y el vuelo, que se marcharía sin esperarnos. Como siempre una corazonada está justificada, a si que sin pensarlo dos veces una llamada y todo solucionado al instante. Unos minutos mas tarde un taxi nos esperaba rumbo al Aeropuerto. Durante esas dos horas de camino sentí como la noche se apoderaba de mi, la luna sin ser llena relucía igualmente, y su luz nos marcaba el camino. Y junto a las estrellas, miles de estrellas brillando en el cielo no sabía en qué pensar, si en lo afortunada que era , como terminaría este viaje o donde estaría un año más tarde. Una cabezada que otra calló por el camino. Era difícil no resistirse, llevaba en mis espaldas los nervios y las noches en vela de una semana que había llegado tan rápido que apenas me había dado tiempo a asimilarlo. Una vez que pusimos los pies en el asfalto, comprobamos lo que era un Aeropuerto a las cuatro de la madrugada. No habían pasado ni veinte minutos y nos mandaron a embarcar. Con los nervios a flor de piel, salimos de allí, la pista parecía una carretera desierta. Unos cuantos focos para poder guiarse y un gran aparato dispuesto a llevarnos a la otra punta, unos dos mil y pico kilómetros nos esperaban. Subí, poco a poco intentando no caerme y manteniendo el equilibrio al mismo tiempo que me concentraba en subir un pie y luego el otro. Ascendí hasta toparme con una chica que me dio la bienvenida, y me indicó que debía entrar en aquella especie de sala diminuta. Casi apunto de amanecer, allí me encontraba sentada en un sillón con los pelos de punta y una voz que nos anunciaba los requisitos, ya sabes, lo típico que tienen aprendido de memoria, los cinturones ... Y una vez terminado ese ritual, los motores se ponen en marcha. Te concentras en un punto fijo, y esperas sentir ese cosquilleo y esa sensación de todo se mueve , que asciendes, que planeas. Una vez que estás allí arriba, sientes que puedes tocar las nubes, que eres parte de todo lo que te rodea. Ves a la gran mayoría de la gente durmiendo, o al menos intentándolo. Pero tu por mas que quieras no puedes. Unas horas de viaje y te vuelve anunciar aquella voz distorsionada que aterrizarás de unos momentos a otros. Tu mirada se llena de luz, tus ojos contienen lágrimas y tu garganta traga ese nudo. De entre las nubes se dejan ver unas vistas increíbles, todo es verde, todo está lleno de vida. Ya estaba allí, Frankfurt me esperaba ansioso. El sol ya lucía su mejor traje y tus ojeras aumentaban con el paso del tiempo. Un bus nos llevó al punto de encuentro con nuestras maletas que parecían llevar todo lo ya vivido. Pesaban muchísimo. Te preguntas como es posible, y ríes. Siempre hubo un por si acaso. Estación de tren. ¡Venga, el último empujón y estamos en nuestro destino! Tras empaparse mis venas de esa emoción y alegría, era hora de llamar a mamá. Como una cría en el día de reyes y apunto de llorar, con la voz temblando sueltas un: "He llegado, estoy viva y flipando. Adoro esto y no llevo ni unas horas en este tren mamá. Tienes que ver esto" Sin creerlo aún, sin creer que puede existir tal lugar. Intentas grabar una prueba de que todo lo que ves es real y no un sueño. Le das al play. Y como una tonta ilusa te tiras un par de minutos grabando la ventana del tren. Ahora , una vez pasado todo lo malo, es la hora de empezar a pensar en tu destino. Miles de preguntan rondan por tu cabeza." ¿Cómo será?¿Donde viviré?¿Será simpática? No la conozco, no se nada. Te anuncia una voz de mujer distorsionada y en un idioma totalmente desconocido que la siguiente es tu parada, Frankenberg (Eder). Nuestro esperado destino. Al bajar te encuentras con unas diez o quince personas que te esperan a ti. Sacan su mejor sonrisa y te saludan con un cómo estás y un abrazo. Me presentan a "my host family" . Tiene pinta de ser una chica agradable, no ha perdido la sonrisa en todo el camino. Llegamos a casa. Un bloque de pisos amarillo... Tras una conversación que no sabes como empezó terminas hablando de cosas irrelevantes. Pero tus párpados te pueden y te despides a las 8 de la tarde con un" Buenas noches, hasta mañana".. Bajas la persiana, y te metes en la cama, mañana será otro día.