Es difícil decir adiós, pero más difícil es que se marchen sin saber la fecha en la que volverás a ver esa sonrisa que tanto te gusta. No sabes cuando volverás a sentir sus latidos, su respiración, su piel. No puedes planear ahorrar para un vestido y unos bonitos zapatos, para ir a la peluquería, no puedes hasta ese día, el día, porque no sabes cuando llegará, ni siquiera si llegará. Planeas cada momento, cada día, cada instante. Imaginas todo lo que deseas, buenas notas al final de curso, amigos que nunca abandonan, risas que nunca faltan, celebraciones, conversaciones que duren horas y que hagan sentirte como una cría cursi, verano perfecto, vuelos a la otra punta del mundo, viajar sola aunque jamás sintiéndote sola, conocer a decenas de personas, conquistar corazones, amanecer con tequila en mano, hablar con cualquiera que te invite a una copa y tenga una bonita sonrisa en cualquier idioma mal hablado, conversar con gatos hasta las tantas, un "te echaba de menos", "lo he pasado genial", " me alegra verte" o un " no dejaré que te marches". Maldita sea, quiero aferrarme a tu clavícula. Quiero declararte la guerra cada día y no salir de las sabanas los días pares y salir a bebernos el mundo los días impares. Sí, me gustaría mucho. Muchísimo.
Pero en vez de eso, solo deseo que la suerte esté de mi lado para poder salir de este lugar y dejar todo lo demás al destino.
Aunque una cosa te digo, el carmín rojo, las risas y el tequila los pongo yo.