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martes, 12 de noviembre de 2013

He vuelto a la ciudad y ahora todo son desfiles.

Odio las carreteras, los tramos rectos, las curvas, los atascos, el viento. Los odio sino hay una buena conversación y esa música de fondo, que te hacen disfrutar hasta del paisaje más inhóspito. Se colapsa la entrada a la ciudad. Coches y coches consumiendo combustible, matando poco a poco nuestro planeta, vistiéndolo de luto, por lo que vendrá. Cláxones y luces que despiertan mi alma. Buscaba encontrar mi hueco, el lugar adecuado para lucir mis andares precedidos por mis botas nuevas, el maquillaje corrido por mis lágrimas saladas y el carmín rojo del que apenas quedaban restos. Había cumplido años, y había roto sueños. Creé decepción, saqué mi instinto asesino y mi lado más psicótico, caminé con las medias rotas y con las manos con restos de sal y limón. Pasee por callejuelas empinadas para sentir el frío y la mejor de las vistas para una noche como la del sábado( aunque no te niego, que otro plan ideal sería ginebra, algún tequila y sus cuerpos conversando, riendo como estúpidos), fui en busca de la Alhambra.
Y como decía Supersubmarina "El paseo de los Tristes alegrar. Si te pones tu a bailar, las estrellas nos alhambran al pasar". Hice la caída libre más perfecta que nunca vi, sin saber aún cómo, el vaso se deslizó como si no hubiese rozamiento ni con mis dedos ni con el aire, algo imposible, claro, la física es la física.